No entre las flores, no, señor don Diego,
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de vuestros años, áspid duerma breve
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el ocio, salamandria más de nieve
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que el vigilante estudio lo es de fuego;
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5 de cuantas os clavó flechas el ciego,
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a la que dulce más la sangre os bebe
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hurtadle un rato alguna pluma leve,
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que el aire vago solicite luego.
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Quejaos, señor, o celebrad con ella,
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10 del desdén, el favor de vuestra dama,
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sirena dulce, si no esfinge bella;
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escribid, que a más gloria Apolo os llama:
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del cielo la haréis, tercero, estrella,
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y vuestra pluma, vuelo de la Fama.
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domingo, 10 de noviembre de 2013
A DON DIEGO PÁEZ DE CASTILLEJO
DE UNA DAMA QUE, QUITÁNDOSE UNA SORTIJA, SE PICA CON UN ALFILER
Prisión del nácar era, articulado,
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de mi firmeza un émulo luciente,
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un dïamante, ingenïosamente
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en oro también él aprisionado.
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Clori, pues, que su dedo apremïado
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de metal aun precioso no consiente,
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gallarda un día, sobre impacïente,
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lo redimió del vínculo dorado.
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Mas ay, que insidïoso latón breve
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en los cristales de su bella mano
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sacrílego divina sangre bebe:
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púrpura ilustró menos indïano
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marfil; invidïosa sobre nieve,
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claveles deshojó la Aurora en vano.
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EN LA MUERTE DE UN CABALLERO MOZO
Ave real de plumas tan desnuda,
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que aun de carne voló jamás vestida,
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cuya garra, no en miembros dividida,
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inexorable es guadaña aguda,
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5 lisonjera a los cielos o sañuda
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contra los elementos de una vida,
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florida en años, en beldad florida,
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cuál menos piedad árbitra lo duda,
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no a deidad fabulosa hoy arrebata
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10 garzón que en vez del venatorio acero
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cristal ministre impuro, sino alado
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espíritu que, en cítara de plata,
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al Júpiter dirige, verdadero,
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un dulce y otro cántico sagrado.
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A UN PINTOR FLAMENCO, HACIENDO EL RETRATO DE DONDE SE COPIÓ EL QUE VA AL PRINCIPIO DESTE LIBRO
Hurtas mi vulto, y cuanto más le debe
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a tu pincel, dos veces peregrino,
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de espíritu vivaz el breve lino
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en las colores que sediento bebe,
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vanas cenizas temo al lino breve,
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que émulo del barro lo imagino,
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a quien (ya etéreo fuese, ya divino)
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vida le fïó muda esplendor leve.
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Belga gentil, prosigue al hurto noble,
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que a su materia perdonará el fuego,
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y el tiempo ignorará su contextura.
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Los siglos que en sus hojas cuenta un roble,
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árbol los cuenta sordo, tronco, ciego;
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quien más ve, quien más oye, menos dura.
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INFIERE, DE LOS ACHAQUES DE LA VEJEZ, CERCANO EL FIN A QUE CATÓLICO SE ALIENTA
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En este occidental, en este, oh Licio,
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climatérico lustro de tu vida,
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todo mal afirmado pie es caída,
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toda fácil caída es precipicio.
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¿Caduca el paso? Ilústrese el jüicio.
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Desatándose va la tierra unida;
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¿qué prudencia, del polvo prevenida,
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la rüina aguardó del edificio?
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La piel no solo, sierpe venenosa,
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mas con la piel los años se desnuda,
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y el hombre, no. ¡Ciego discurso humano!
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¡Oh aquel dichoso que, la ponderosa
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porción depuesta en una piedra muda,
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la leve da al zafiro soberano!
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